26/09/2009

SERAPHINE DE SENLIS

ELLA.

Desde que supe de Seraphine, deseaba verla y sin sorprenderme me enamoré de ella. Vieja, gordita, desgreñada, algo sucia, por su trabajo claro está. ¿Quién - que limpia ventanas, muebles, pisos, barre, trapea, corta cebollas, trocea la carne para freír o azar- al azar Baltasar-, corre o trota o mejor camina cancina y trastabillando, pero firme en sus pies regordetes que sostienen su peso inclinado y ansioso en su apurarse cotidiano para ir a las tiendas y comprar los menjurges para hacer manjares para los señores y de paso comprar donde el tendero especializado, uno que otro color- puede estar limpia?

Y si además de servir a los señores y soportar los malos modales de las señoras educadas - como las clases pudientes con su servidumbre en Bogotá -Seraphine haga esto y aquello y limpie y dele y le quedó un polvo –sería el mal echado de la Doña?- en el piso.




Y ella, agachada, encorvada, siempre mirando el suelo, en lugar de convertirlo en una humillación se vuelve una oración a la tierra, a esa donde hay árboles-a los que trepa y abraza-pájaros – a los que imita con sus silbos cuando pinta-y agua que su mano siente y palpa y aquel olor de hierba y plantas que aspira y el aire fresco que la arroba e inspira en un eterna mirada al cielo, donde se encuentra, dice ella, la que la ilumina y le dio la orden de pintar en secreto...
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